Burbuja de la IA: entre el entusiasmo de Wall Street y las advertencias de Sam Altman

El auge de la inteligencia artificial está marcando una nueva era tecnológica. Mientras los analistas de Wall Street aseguran que el mercado aún tiene mucho margen de crecimiento, la visión de Sam Altman, CEO de OpenAI, es menos optimista: para él, el frenesí actual recuerda a la burbuja puntocom de los años 90.

Altman y la palabra “burbuja”

Durante un encuentro con periodistas, Altman reiteró tres veces en pocos segundos la palabra “burbuja”. Aunque reconoció que la IA es probablemente lo más importante que ha sucedido en mucho tiempo, advirtió que las valoraciones desmesuradas y la sobreexcitación de los inversores pueden generar pérdidas graves antes de que se consolide el verdadero valor de la tecnología.

Wall Street apuesta por el boom

En contraste, voces como Dan Ives de Wedbush y Richard Saperstein de Treasury Partners insisten en que el mercado de la IA tiene un recorrido similar al de Internet en 1996, no al de 1999. Para ellos, el rally apenas comienza y las big tech seguirán liderando la economía global gracias a sus enormes flujos de caja, reinversión constante y expansión internacional.

Inversión récord y dudas crecientes

Microsoft, Alphabet, Meta y Amazon no muestran señales de freno: han aumentado sus proyecciones de inversión de capital para satisfacer la demanda de IA. OpenAI, la empresa de Altman, también espera gastar billones en centros de datos en los próximos años.

Sin embargo, referentes como Ray Dalio y Joe Tsai alertan que el gasto podría estar superando el crecimiento sostenible. El economista jefe de Apollo Global Management incluso aseguró que la actual sobrevaloración de las grandes tecnológicas es mayor que en la burbuja puntocom.

¿1996 o 1999?

El debate está abierto: ¿vivimos un momento de oportunidad histórica, con la IA abriendo una nueva revolución industrial, o estamos ante una burbuja que podría estallar en cualquier momento?

Por ahora, el mercado disfruta del boom, pero las advertencias de Altman y otros economistas recuerdan que el entusiasmo desmedido siempre ha tenido consecuencias.

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