La revolución de la inteligencia artificial ha impulsado un significativo aumento en los costos eléctricos globales, generando retos particulares en países como Estados Unidos, Europa y América Latina.
El impacto del auge de la inteligencia artificial en la demanda eléctrica
El crecimiento acelerado de la inteligencia artificial (IA) está reconfigurando los patrones de consumo energético en todo el mundo. En Estados Unidos, el precio promedio de la electricidad ha experimentado un aumento del 18,3% desde 2022, un alza que supera ampliamente la inflación acumulada, según la Administración de Información de Energía. Esta tendencia se intensifica en áreas con alta densidad de centros de datos, reflejando el impacto de la capacidad tecnológica instalada en la infraestructura eléctrica. En Europa, la situación es más drástica: los precios eléctricos para consumidores industriales aumentaron en promedio un 34% entre 2022 y 2025, alcanzando incrementos del 62% en Alemania y del 58% en los Países Bajos, lugares con alta concentración de data centers. La Agencia Europea de Medio Ambiente advierte que el consumo eléctrico de estos centros podría crecer en un 73% para 2030 respecto a los niveles de 2024, lo que exige una inversión en infraestructura de red cercana a los 120.000 millones de euros.
En América Latina, países como Chile, Brasil y Colombia enfrentan una presión energética similar. Chile, principal hub de data centers en la región, reportó un consumo de 4,1 TWh en 2024, con proyecciones de alcanzar los 8,7 TWh para 2028, revelando un alza del 112% en solo cuatro años, según la Comisión Nacional de Energía. Este fenómeno no solo genera desafíos para la estabilidad de las redes eléctricas locales, sino que también plantea interrogantes sobre la sostenibilidad económica de estos desarrollos frente a los costos de energía.
Proyecciones futuras y respuestas regulatorias
Las proyecciones a mediano y largo plazo indican que los centros de datos consumirán una fracción considerable de la energía global. En Estados Unidos, el Departamento de Energía estima que la electricidad destinada a estos centros podría escalar hasta 14,1% del consumo total del país para 2029, un aumento significativo frente a las estimaciones previas. Este crecimiento está impulsado por gigantes como Meta y Microsoft, que han destinado $21.300 millones y $28.700 millones respectivamente en ampliación de infraestructura destinada principalmente a IA. En el ámbito europeo, países como Irlanda podrían enfrentar una demanda energética sin precedentes, con un tercio del suministro nacional proyectado para soportar data centers para 2027, según el operador EirGrid.
En respuesta, distintas regiones están implementando medidas regulatorias y tecnológicas. La Unión Europea estableció en su Directiva de Eficiencia Energética 2025 un índice PUE máximo de 1,25 para nuevas instalaciones, junto con requisitos de recuperación de calor. En tanto, Estados Unidos ha canalizado $6.100 millones en créditos fiscales para estimular el uso de enfriamiento avanzado y energías renovables in situ en estos centros. Por su parte, países nórdicos como Suecia o Noruega han optado por tecnologías híbridas que combinan aire frío exterior con sistemas recuperativos, logrando reducciones de hasta 68% en los requerimientos energéticos, según estudios de Berg Insight.
- Chile lidera en América Latina con proyecciones de duplicar el consumo eléctrico del sector data center para 2028.
- Inversiones globales en redes eléctricas superarán los $200.000 millones anuales para 2026, según la IEA.
- Regulaciones energéticas en Europa buscan equilibrar innovación tecnológica con sostenibilidad ambiental.
El crecimiento de la inteligencia artificial presenta retos energéticos que exigen colaboración internacional y políticas con visión de futuro. En regiones clave como Europa, América Latina y Estados Unidos, la capacidad para gestionar estos desafíos determinará tanto el avance tecnológico como la estabilidad eléctrica en el nuevo ecosistema digital. El impacto en industrias como la minería, altamente dependiente de costos energéticos competitivos, obliga a evaluar cómo integrar tecnologías sin comprometer la rentabilidad y la sostenibilidad regional.




