Los 43 millones de toneladas de recursos de litio en Altmark, Alemania, reabren un fantasma que en Chile conocemos bien: el de perder una ventaja estratégica en recursos naturales frente a una innovación tecnológica foránea. La historia del salitre chileno en el siglo XX, reemplazado por el salitre sintético desarrollado en Alemania, resuena con fuerza al analizar el presente desafío que plantea el litio.
Un recuerdo incómodo.
Chile fue, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, el principal exportador mundial de salitre. Este recurso natural, extraído en el desierto de Atacama, era clave para fertilizantes y pólvora. Sin embargo, con el desarrollo del proceso Haber-Bosch en Alemania (1909–1913), el país europeo logró sintetizar amoníaco a partir del nitrógeno del aire. Esa innovación tecnológica permitió producir fertilizantes nitrogenados en masa, reduciendo drásticamente la dependencia del salitre natural.
El resultado fue devastador para Chile: una industria nacional entera quedó obsoleta en pocas décadas, con graves consecuencias económicas y sociales, entre ellas la llamada “crisis del salitre”.
El paralelo con el litio
Hoy, Chile y el Triángulo del Litio concentran las principales reservas mundiales, pero la aparición de un yacimiento gigantesco en Alemania, con tecnología de extracción directa de litio (EDL) en salmueras geotérmicas profundas, plantea un escenario comparable al del salitre.
Las similitudes son evidentes:
Alemania no cuenta con grandes reservas naturales comparables a las de Chile, pero apuesta a la tecnología como vía para transformar lo poco en mucho.
La ventaja competitiva de Chile en litio —bajo costo de evaporación solar— corre el riesgo de ser desplazada por una tecnología más limpia, rápida y cercana a la demanda industrial europea.
Así como el salitre sintético terminó siendo más confiable y escalable que el natural, el litio extraído mediante EDL podría transformarse en el nuevo estándar de la industria.
La desventaja chilena es que su modelo de producción de litio sigue anclado en la evaporación en pozas, lenta y dependiente del clima.
Además, la infraestructura no es una ventaja decisiva, a diferencia del cobre, donde el país posee plantas de procesamiento integradas que requieren grandes inversiones de capital.
La adaptación tecnológica hacia DLE en Chile avanza, pero todavía en etapas piloto, mientras que en Alemania el proyecto de Altmark podría vincularse rápidamente a las gigafábricas europeas.
La analogía con el salitre sugiere un riesgo evidente: confiar demasiado en la naturaleza y muy poco en la innovación.
El desafío para Chile es no repetir la historia: invertir en innovación, acelerar la adopción de nuevas tecnologías de extracción directa y vincular la producción de litio con una cadena de valor industrial que vaya más allá de la simple exportación de carbonato.
Manuel Reyes
Ingeniería en Minas UNAB