Por Sebastián Quiñones, director África, Medio Oriente e India, Cámara Internacional del Litio y Energías CIL Lithium; y Head of Latam de Rain City Resources.
Agosto, Mes de la Minería en Chile, nos invita a mirar más allá de la coyuntura y pensar en grande. La historia enseña que el poder siempre ha estado en manos de quienes dominan dos fuerzas: la energía y el conocimiento. Hoy esa verdad es más evidente que nunca, y Chile está en una posición única para transformarla en estrategia nacional: unir minería, energía y pensamiento como pilares de desarrollo.
La primera parte de esta ecuación es evidente. Chile concentra algunas de las mayores reservas de litio y cobre del planeta, minerales críticos para la transición energética y la electromovilidad. La segunda es complementaria; poseemos condiciones excepcionales para generar energías renovables no convencionales: solar en el desierto de Atacama, eólica en el sur, hidrógeno verde en el norte y la Patagonia, lo que nos permite proyectar una matriz energética limpia, abundante y competitiva.
Pero la tercera dimensión es el pensamiento, la menos discutida y quizás, la más decisiva. El conocimiento no es un recurso intangible e infinito: tiene un costo energético concreto. El cerebro humano, aunque representa apenas el 2% del peso corporal, consume alrededor del 20% de nuestra energía basal diaria. De forma análoga, la inteligencia artificial exige cantidades masivas de electricidad para entrenar y operar modelos. Cada “token” (cadena de caracteres) procesado, cada cálculo algorítmico, es en esencia una transformación de energía en cognición.
Aquí surge la tesis de fondo: así como las naciones que dominaron el carbón y el petróleo definieron el rumbo del siglo XIX y XX, las potencias del siglo XXI serán aquellas capaces de producir, almacenar, transportar y distribuir no solo energía, sino también conocimiento. Y en esa doble capacidad energética y cognitiva, Chile tiene ventajas estructurales.
La riqueza futura no estará en cuánto litio exportemos, sino en cuánto valor logremos añadir transformando electrones en ideas, y esas ideas en progreso colectivo. Países como Islandia ya han capitalizado su energía barata para atraer centros de datos y minería digital. Chile, con una combinación aún más robusta de recursos, puede ir más lejos: ser el hub donde minería, energía e inteligencia artificial se integren para producir soberanía tecnológica.
Chile requiere una estrategia nacional que alinee política pública, inversión privada y cooperación internacional. Significa pensar más allá de la exportación de commodities y apostar por un modelo que transforme recursos naturales en infraestructura cognitiva.
Debemos pasar de ser solo proveedores de insumos para cadenas globales, y convertirnos en un actor que define estándares, desarrolla tecnologías y lidera la transición energética y digital. Chile está en un punto de inflexión. El poder del siglo XXI se escribe con tres palabras: minería, energía y pensamiento, y contamos con las tres piezas.
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