Imagina un viaje al corazón de la Tierra, donde el calor y la presión desafían todos los límites humanos. A más de 4 kilómetros bajo la superficie, en Sudáfrica, se esconde uno de los secretos mejor guardados del planeta: el oro. Este metal precioso no solo ha movido imperios, sino que también implica uno de los procesos de extracción más complejos y extremos que existen. Desde la identificación del yacimiento hasta la obtención de lingotes, el camino del oro es un testimonio de la capacidad humana para alcanzar lo inalcanzable.
Cómo comienza la búsqueda del oro
Todo inicia con la selección minuciosa del sitio. Geólogos expertos perforan y analizan muestras del suelo para detectar indicios de oro. Si el mineral se encuentra cerca de la superficie, se opta por una extracción a cielo abierto, usando excavadoras que remueven capas de roca. Pero cuando el oro está oculto en las profundidades, como ocurre en Sudáfrica, se construyen minas subterráneas que parecen verdaderos laberintos verticales.
La mina más profunda del mundo, ubicada en la región de Ponen, alcanza hasta 4,5 km de profundidad, lo que equivale a más de diez veces la altura del Empire State Building. Allí, los túneles llevan al personal a través de pasajes calurosos y estrechos donde cada metro descendido representa un desafío técnico y humano.
La compleja transformación de roca en lingotes

Una vez extraída, la roca que contiene oro se transporta en cintas hacia trituradoras industriales. El mineral pulverizado pasa a la fase de separación química, donde reactivos como cianuro o mercurio se mezclan con agua para liberar las partículas doradas.
Este paso es clave: las partículas de oro se adhieren a una espuma, separándose de las impurezas. Cuando la concentración es alta, se puede usar amalgamación con mercurio, aunque en la mayoría de los casos se prefiere el proceso de cianuración, donde el oro se disuelve en una solución química pura.
Posteriormente, el oro en solución se purifica con carbón activado, que lo atrae y retiene. Luego, este carbón se calienta y el oro se precipita en estado puro.
En la etapa final, el polvo dorado se lleva a hornos especiales y se funde a 1065°C, transformándose en una lava líquida que se vierte cuidadosamente en moldes para formar lingotes sólidos. El proceso de enfriamiento se realiza en tanques de agua fría para asegurar una solidificación uniforme, evitando grietas.
De lingotes a bóvedas: seguridad, pureza y usos del oro
Una vez fraguado el lingote, se le marca con láser o presión hidráulica, indicando su peso, nivel de pureza (hasta 99.99% en oro de inversión) y un número de serie único para su rastreo. Luego, estos bloques dorados se envuelven y se trasladan bajo estrictas medidas de seguridad a bóvedas o a sus compradores finales.
A pesar de su belleza y valor, el oro también es extremadamente maleable. Una sola onza (menos de 30 gramos) puede estirarse hasta formar un hilo de 80 km de largo, más delgado que un cabello humano. Esto lo convierte en un material ideal para joyería, electrónica de alta precisión e incluso —aunque insólitamente— para la gastronomía de lujo.
Curiosamente, si todo el oro del mundo se fundiera en un cubo, este tendría solo 21 metros por lado, lo que demuestra cuán escaso y valioso es este recurso.
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