La minería chilena, como los empresarios en general, trabaja en lo que mejor sabe hacer, que es gestionar, articular alianzas y trabajar con excelencia. Y lo hace porque su futuro depende del éxito colectivo del país. Así, la minería es mucho más que lo que usualmente se conoce de ella. Siembra futuro en aulas y comunidades, llenando de oportunidades al desierto y al país.
Cuando se habla de minería en Chile, el debate suele reducirse a cifras económicas, esto es, su aporte al PIB, exportaciones o royalty. Sin embargo, la industria minera aporta al país en dimensiones que trascienden ampliamente estos grandes números. Forma parte de un ecosistema que incluye proveedores, innovación y tecnología, infraestructura, altos estándares, empleos de calidad. Y su impacto se despliega en ámbitos geopolíticos, sociales, ambientales, educativos y otros, que permiten aportar valor concreto y medible a las comunidades.
En primer lugar, su importancia geopolítica rara vez se discute con la profundidad que merece. La minería opera mayoritariamente en el desierto, una zona que por sus condiciones extremas es menos atractiva para trabajadores y trabajadoras de otras regiones. Ello dificulta la capacidad de atraer talentos, pero, para las comunidades locales, la minería es parte de su identidad territorial y económica. De hecho, en general, están profundamente vinculadas a la mediana y pequeña minería, dando vida a muchas ciudades del norte chileno.
En segundo lugar, la industria fue pionera en instalar estándares ambientales de clase mundial. Las grandes compañías internacionales, que llegaron al país a principios de los años 90s, impulsaron la Ley de Bases Generales del Medio Ambiente, del año 1994. Hoy, la presión global por la transición energética, la demanda por minerales críticos y la expectativa social por operaciones responsables hacen que la sustentabilidad sea clave en el desarrollo de las industrias en general. Y la minería chilena ha avanzado con consistencia, reduciendo huellas ambientales, gestionando recursos hídricos de forma más eficiente, operando con energías renovables y fortaleciendo estándares de relacionamiento comunitario, entre otros.
Sin embargo, uno de los aportes menos visibles es en la educación. Y ello es clave para la productividad de una industria con características especiales, altamente intensiva en capital, de largo plazo y alto riesgo. Esto cobra mayor relevancia en un país cuyos resultados educativos están lejos de los estándares internacionales. En particular, en la prueba PIAAC, que evalúa comprensión lectora, razonamiento matemático y resolución adaptativa de problemas, un 44% de los adultos chilenos califican en los dos niveles más bajos, frente a un 18% promedio para los países de la OCDE.
Frente a esta realidad, la industria se ha visto obligada a involucrarse en educación, por una necesidad productiva evidente, ya que requiere trabajadores altamente especializados, quienes son cada vez más escasos. Muchas compañías decidieron participar directamente en la formación técnico-profesional, creando alianzas con liceos, centros de formación técnica e institutos para asegurar que los jóvenes de las regiones mineras accedan a capacitación pertinente y de calidad.
Otras compañías, en tanto, se han involucrado en proyectos para mejorar la educación de liceos regionales. A través de alianzas con instituciones especializadas han logrado mejorar sistemáticamente los resultados en pruebas SIMCE. Un ejemplo es el Liceo Politécnico América, de Los Andes, transformado gracias al trabajo de la empresa AngloAmerican. En Collahuasi, en tanto, el 95% de los operadores de equipos se formaron en programas propios de la Fundación Educacional de la compañía. Así, además, se contribuye a mejorar la empleabilidad local y al desarrollo sostenible de territorios que, históricamente, han enfrentado brechas estructurales.
Todo esto involucra significativos recursos humanos y financieros que, desde la perspectiva del Estado, podrían articularse de manera más estratégica. Existe una oportunidad evidente para coordinar mejor los esfuerzos públicos y privados, multiplicando su impacto, evitando duplicidades y potenciando proyectos que ya han demostrado resultados significativos. Sin embargo, mientras se discuten diagnósticos y otros, la minería actúa, de manera silenciosa, sistemática y con resultados medibles.
La minería chilena, como los empresarios en general, trabaja en lo que mejor sabe hacer, que es gestionar, articular alianzas y trabajar con excelencia. Y lo hace porque su futuro depende del éxito colectivo del país. Así, la minería es mucho más que lo que usualmente se conoce de ella. Siembra futuro en aulas y comunidades, llenando de oportunidades al desierto y al país.
