Lomas Bayas: US$16 millones para blindar su contención — la obra silenciosa que define la sostenibilidad

Por:
Cristian Recabarren Ortiz
Editor Senior Revista Digital Minera
Fundador y Editor de Revista Digital Minera, Ingeniero de Minas apasionado por la Tecnología e Innovación.
9 Minutos de Lectura

Lomas Bayas anunció una inversión de US$16 millones en infraestructura crítica de contención para el período 2025–2027, una señal que en minería pesa más por lo que evita que por lo que promete. En una publicación oficial de Compañía Minera Lomas Bayas, la empresa puso el foco en garantizar que el 100% de las soluciones de proceso permanezcan en circuito cerrado, protegiendo el entorno y resguardando la continuidad operacional. Ese énfasis no es casual: en una operación que trabaja en pleno desierto de Atacama —en Sierra Gorda, Región de Antofagasta— la sostenibilidad no se juega solo en metas corporativas, sino en ingeniería dura, activos críticos y controles que resistan auditorías, contingencias y el paso del tiempo. No es menor que, en el perfil corporativo de Glencore en Chile sobre Lomas Bayas, la compañía destaque su operación de óxidos con lixiviación y electroobtención, además de su ambición de extender vida útil hacia 2040: sostener esa trayectoria requiere que “lo invisible” funcione sin margen de error.

Lomas Bayas: US$16 millones para blindar su contención — la obra silenciosa que define la sostenibilidad

Circuito cerrado: por qué la contención se volvió “capex estratégico”

En una operación SX-EW, el manejo de soluciones es simultáneamente motor productivo y punto crítico de exposición: si la infraestructura pierde hermeticidad, el riesgo se traduce en potencial impacto al suelo, incidentes de seguridad y costos por interrupción. Por eso, cuando una faena decide intervenir contención con un plan de mantenimiento mayor, no está “haciendo mantención”, está elevando su umbral de resiliencia. Lomas Bayas enmarcó su inversión como uno de los planes más importantes de su historia reciente, precisamente porque apunta a la base física que sostiene el proceso: piscinas, revestimientos y controles críticos que permiten que las soluciones permanezcan donde deben estar, incluso cuando el sistema enfrenta estrés. El concepto de “circuito cerrado” se vuelve aquí una variable operacional: significa disminuir exposición, reducir incertidumbre y convertir una parte sensible del proceso en un activo defendible ante comunidades, reguladores y stakeholders. Además, cuando una compañía declara por escrito que busca mantener el 100% de las soluciones en circuito, se está autoimponiendo un estándar de desempeño medible, no una consigna. En minería chilena, donde la tolerancia al evento ambiental es cada vez menor, ese estándar es reputación convertida en obra.

La piscina de emergencia: 85.000 m³ para cuando “todo falla”

El foco principal del anuncio es la piscina de emergencia, descrita por la compañía como la instalación más grande del plan: 14.800 m² de superficie y 85.000 m³ de capacidad. Ese volumen no es un adorno técnico; es la diferencia entre poder contener y gestionar soluciones dentro de la operación o quedar expuesto a una escalada de consecuencias. En su publicación, Lomas Bayas vinculó explícitamente esta infraestructura con la continuidad operacional y la protección del entorno: la piscina actúa como respaldo para “manejar contingencias” sin comprometer el proceso ni el medio ambiente, manteniendo la lógica de circuito cerrado que la empresa quiere asegurar. También hay un mensaje implícito para la industria: cuando una faena invierte en capacidad de contención, está comprando tiempo y margen operacional frente a eventos poco frecuentes, pero de alto impacto. En el norte, donde el entorno es frágil y los riesgos sistémicos existen (desde interrupciones eléctricas hasta desviaciones de proceso), el diseño de “capacidad de emergencia” se vuelve parte del nuevo mínimo operacional. En otras palabras: esta piscina no es solo un activo; es una barrera de control que define cuán bien se absorben los imprevistos antes de que se conviertan en crisis.

HDPE y control crítico: la ingeniería que no se ve, pero se audita

Más allá de la cifra, el “cómo” es lo que valida la promesa. Según la descripción entregada por la propia compañía, el proceso técnico incluye el retiro completo de revestimientos antiguos, la instalación de láminas de HDPE de última generación y la aplicación de controles críticos de seguridad en cada etapa. Esa tríada importa porque la hermeticidad es un resultado, no una intención: depende de procedimientos de montaje, de la calidad de soldaduras, de pruebas, de inspecciones, y de trazabilidad documental que permita demostrar desempeño con evidencia. En términos prácticos, esto transforma una obra “de mantención” en un trabajo de estándar industrial: se interviene infraestructura que no puede fallar y se instala bajo protocolos que suelen ser tan relevantes como el material mismo. También hay un efecto operativo inmediato: renovar revestimientos y reforzar controles reduce pérdidas y ayuda a estabilizar la hidráulica del sistema, lo que se traduce en mayor confiabilidad del proceso. Es el tipo de inversión que rara vez sale en una foto, pero que termina siendo el “seguro” técnico de una planta. En una industria presionada por eficiencia y por exigencias ambientales, el control crítico deja de ser checklist y pasa a ser la forma concreta de convertir sostenibilidad en continuidad.

El telón de fondo hídrico: eficiencia, recirculación y nuevas fuentes

La decisión de blindar contención conversa con una tendencia mayor en Chile: la minería del cobre está empujada a maximizar recirculación y a diversificar fuentes para reducir presión sobre aguas continentales. En su estudio “Consumo de agua en la minería del cobre” actualizado al año 2024, Cochilco reportó que el agua recuperada y recirculada representa el 71% del consumo total del sector, y que, mientras el consumo total subió 2,7%, la producción de cobre fino creció 4,8%, señal de menor intensidad hídrica por unidad producida. En paralelo, la misma institución proyecta un giro estructural hacia fuentes no continentales: en su informe de proyección 2024–2034, estima que la demanda total alcanzará 22,1 m³/s al 2034, con un aumento relevante del agua de mar y una reducción del consumo continental respecto de 2023. En ese contexto, el circuito cerrado en soluciones no es un concepto aislado: es parte del paquete de eficiencia hídrica y control de pérdidas que la minería necesita demostrar. Y para Lomas Bayas, además, se conecta con su estrategia declarada de gestión hídrica y sostenibilidad.

Próximos hitos: del plan 2025–2027 a una operación proyectada hacia 2040

El próximo capítulo será ejecución: el desempeño real se medirá en hitos de obra, seguridad, continuidad y la capacidad de terminar intervenciones sin transferir riesgo al proceso. Si el plan se cumple, el beneficio será doble: menor probabilidad de eventos ambientales asociados a soluciones y una operación más robusta frente a contingencias, con activos críticos extendiendo su vida útil, tal como plantea la compañía en su comunicación pública. Pero el “menos a más” de esta historia es que Lomas Bayas está intentando construir una narrativa de sostenibilidad que no dependa de slogans, sino de infraestructura y agua. En el sitio corporativo de Glencore en Chile, la operación declara, por ejemplo, el objetivo de reutilizar aguas servidas tratadas mediante un acuerdo con Econssa y proyecta extender la vida útil de la mina hasta 2040 incorporando nuevas tecnologías como flotación para minerales sulfurados primarios. Bajo ese horizonte, los US$16 millones en contención funcionan como una bisagra: no cambian el mineral, pero sí cambian el perfil de riesgo. Y en minería chilena, esa es la diferencia entre prometer sostenibilidad y poder sostenerla cuando se apagan las luces.

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